(The New American) — En su famoso discurso de apertura de la Cumbre Mujeres en el Mundo de 2015, Hillary Clinton declaró:
Los derechos [cuidado de la salud reproductiva, es decir, el derecho al aborto, a la esterilización y la anticoncepción financiada por el seguro de salud del empleador sin copago, por ejemplo] deben existir en la práctica, no solo en el papel. Las leyes deben sustentarse con recursos y voluntad política… Deben cambiarse códigos culturales profundamente arraigados, creencias religiosas y prejuicios estructurales.
Uno se pregunta si ella piensa que hay que infiltrar iglesias y religiones para que sus “creencias” y “códigos culturales” se adapten a su propia visión de los derechos humanos. Podríamos dejar abierta esta cuestión y centrar nuestra atención en un caso en el que tal infiltración parece haber tenido lugar realmente. Este es el caso del actual arzobispo católico de Lima.
La Iglesia católica fue la principal autoridad espiritual en el cristianismo latino occidental hasta la época de la Reforma. Ella gobernaba las mentes de las personas de una manera espiritual. En Hispanoamérica esto siguió siendo así hasta la Independencia, aunque en la Península Ibérica la situación había cambiado antes, desde el reinado de Carlos III. A partir del momento de este cambio, las instituciones de gobernación en el mundo hispanohablante fueron principalmente las Logias Masónicas, divididas en dos ramas, la conservadora y la liberal. Ambos hicieron guerra contra la Iglesia (de diferentes formas en diferentes países y con más o menos resistencias católicas), siendo la primera rama menos severa, pero muy efectiva, por ejemplo mediante la expulsión de órdenes religiosas y/o su exclusión de la educación de los jóvenes. Las logias intentaron de diversas maneras derribar el espíritu del catolicismo en Hispanoamérica introduciendo el protestantismo, imponiendo y abrazando la filosofía positivista en las universidades y escuelas, reviviendo cultos paganos y relajando las costumbres morales y, como mencioné, expulsando las órdenes religiosas. Pero en el siglo XX, un enemigo mucho más terrible adoptó una estrategia aún más dañina: los comunistas, que usaron la infiltración sistemática para “destruir la Iglesia desde dentro”, como dijo Taylor Marshall.
A pesar de la antigua guerra librada contra la Iglesia por las Logias, hasta fines del siglo XX Ella ha permanecido en el corazón de la mayoría del pueblo y, de esta manera, fue una fuerza que impidió las revoluciones más radicales y/o impidió las consecuencias más radicales de esas revoluciones, manteniendo las mentes hispanoamericanas ligadas a las tradiciones clásicas y escolásticas. Por eso, los comunistas entendieron que la forma más eficaz de impulsar la revolución y evitar su fracaso era infiltrarse en la Iglesia. Ahora exploraré un caso. Esta historia es de interés no solo para los católicos, pero también para todas las personas de buena fe, porque los comunistas usan estas tácticas contra cualquier institución que se interponga en el camino de sus planes, incluso en los Estados Unidos. Así que esta es una historia que ilustra esa violencia espiritual universal a la que la ideología marxista y sus adherentes someten a las masas en todas partes. Las masas son traicionadas por las decisiones de sus líderes políticos/espirituales. Las mentes de estas masas son ofuscadas y engañadas precisamente por quienes deben mantenerlas iluminadas.
He aquí la historia, pues, del arzobispo de Lima.
En enero de 2019, el Papa Francisco aceptó la renuncia del Cardenal Juan Luis Cipriani como arzobispo de Lima (debido a su 75º cumpleaños). En su lugar el padre Carlos Castillo Mattasoglio fue nombrado arzobispo. Los fieles católicos de Lima quedaron sorprendidos. ¿Por qué?
Mons. Juan Luis Cipriani fue arzobispo de Ayacucho durante el apogeo de la guerra terrorista del Sendero Luminoso que asesinó a unos 35.000 seres humanos inocentes. Con éxito mantuvo heroicamente la verdadera Fe y la enseñanza de la verdadera caridad universal ante los seguidores de un falso credo con una falsa esperanza de un paraíso terrenal, siendo ellos comunistas maoístas, sembradores de odio y violencia. En la década de 1970, Carlos Castillo fue primero, estudiante de las escuelas católicas, y luego estudiante de sociología en la Universidad de San Marcos, Lima, y miembro de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos. Sin embargo, según Infovaticana, fuente confiable, también era miembro del Partido Comunista Revolucionario y tenía vínculos con Sendero Luminoso. No pude encontrar otra fuente que confirmara esta información. Sin embargo, he encontrado que esta información es coherente con el contexto histórico.
En la investigación de nueve tomos del Comité Peruano por la Verdad y la Reconciliación, hay un estudio de los partidos de izquierda. Hay el siguiente pasaje: “Afuera del MIR [Movimiento de Izquierda Revolucionaria] en 1971, se dividió un grupo de dirigentes y militantes que tenían en común que provenían de grupos de jóvenes católicos.” En la nota 12, el Comité agrega: “Posteriormente, este grupo de dirigentes y militantes se adhirió a la VR [Vanguardia Revolucionaria] y publicó periódicamente la revista Críticas Marxista-Leninistas. Su líder fue Manuel Dammert Egoaguirre. En 1974, ellos abandonaron el VR y formaron el Partido Comunista Revolucionario (PCR). Dammert y muchos de los izquierdistas que le siguieron procedían de experiencias católicas radicales, y el propio Dammert era, además, sobrino del entonces obispo de Cajamarca, Mons. Juan Luis Dammert Bellido (Pásara, 1986).” Por lo tanto, es totalmente consistente que un joven “católico” fuera al mismo tiempo miembro del Partido Comunista Revolucionario.
Otro aspecto del contexto que corresponde a esta información es que el fundador del Partido Comunista: Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, extendió su red de influencia a la Universidad de San Marcos en 1973, precisamente cuando Castillo Mattasoglio estaba allí como estudiante de Sociología. Al mismo tiempo, Castillo se unió a la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, donde conoció al padre Gustavo Gutiérrez y formó una amistad duradera con él, según el diario peruano La República.
Una palabra sobre Gutiérrez sería apropiada, creo. Existe el mito de que corrigió su doctrina a la luz de la condena de la teología marxista de la liberación por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Pero esto no es correcto. Cuando lees la edición de 1972 de su libro Teología de la Liberación y la comparas con la edición de 1990, no hay cambios sustanciales. Y en 2006 y 2008, Gutiérrez afirmó que no se arrepiente de nada de lo que escribió en la primera edición de Teología de la Liberación. Ahora bien, en ambas ediciones, Gutiérrez afirma, en esencia, que la Iglesia debe ser utilizada para fines que le son ajenos y que los marxistas deben hacerse clérigos para lograrlo:
En el pasado, la Iglesia utilizaba el mundo para sus propios fines; hoy, muchos cristianos –y no cristianos– se preguntan si, por ejemplo, deberían utilizar el peso social de la Iglesia para acelerar el proceso de transformación de las estructuras sociales.
El padre Gutiérrez cita con aprobación a otro sacerdote:
Nuestro objetivo esencial no es [como en el caso de algunos sacerdotes holandeses que abandonaron el sacerdocio] “poner fin a nuestra situación de clérigos,” sino comprometernos sacerdotalmente con el proceso revolucionario latinoamericano… Entonces, aunque nuestros hechos y palabras nos traen – como ya lo han hecho – rozamientos y sospechas de la mayor parte de la iglesia “oficial”, nuestra ocupación es no aparecer como marginados por ella, porque eso sustraería de la eficacia de nuestra acción. Pensamos que la Iglesia tiene un enorme poder para crear conciencia en la gente… Pensamos, nosotros los latinoamericanos, que muchas razones sociológicas e históricas nos hacen sentir el estado clerical de una manera diferente a la de ellos [los sacerdotes holandeses mencionados anteriormente] de sentirlo.
Quizás estos textos arrojen luz sobre la naturaleza de la carrera clerical de Castillo. De hecho, discrepó en repetidas ocasiones con el arzobispo ortodoxo de Lima, Monseñor Juan Luis Cipriani, provocando escándalo por su desobediencia. En 2013, se le retiró la licencia canónica para enseñar teología, debido a sus ataques a la jerarquía de la Iglesia. Sin embargo, el padre Castillo se negó a ocuparse de la labor pastoral que le encomendaba su arzobispo, en lugar de sus clases universitarias. Según algunos católicos peruanos, Castillo solo siguió dictando cursos que no requerían licencia, y cuando la Pontificia Universidad Católica del Perú entró en conflicto con el Arzobispo Cipriani, y luego cuando la Congregación para la Educación Católica falló a favor del Arzobispo, el padre Castillo presionó para obtener de Roma la derogación de esa decisión y, además, la entrega total de la universidad al partido que se negaba a respetar su identidad católica.
Luciano Revoredo es un periodista católico peruano que está muy preocupado por el giro que ha dado la Iglesia peruana tras la visita del Papa Francisco en 2018. Según él, la Iglesia en Perú hoy está dirigida principalmente por tres prelados cuyas inclinaciones marxistas son bien conocidas: “Mons. Miguel Cabrejos, Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y Arzobispo de Trujillo; Mons. Pedro Barreto, Cardenal y Arzobispo de Huancayo y Mons. Carlos Castillo, Arzobispo de Lima.” Esta revolución fue concebida, según Revoredo, por el padre Carlos Cardó Franco, S.J., quien se reunió con Francisco en Perú y quien ahora es conocido como el “Nuncio-Sombra.”
Las acciones y enseñanzas de Castillo como arzobispo de Lima confirman el perfil dado por Gustavo Gutiérrez del clérigo revolucionario. De hecho, (1) Mons. Castillo instó al Perú a aceptar los resultados de las últimas elecciones presidenciales, a pesar de que fueron evidentemente fraudulentas y habían llevado al poder a un revolucionario marxista de línea dura. Revoredo, que relata este hecho, exclama: “Nuestra Iglesia nunca ha alcanzado, hasta ahora, tales niveles de politización y desviación de sus auténticos fines.” (2) Además, apenas Castillo asumió como arzobispo en 2019, se detuvo la Marcha por la Vida y trata de desinflar el entusiasmo del pueblo peruano por la defensa de los no nacidos. (3) La primera portavoz que nombró Castillo Mattasoglio fue una mujer a favor de la ideología de género. (4) Como siempre hacen los marxistas latinoamericanos (imitando a Castro), Castillo ha promovido cultos paganos supuestamente ancestrales dentro de los templos católicos. Podemos verlo, por ejemplo, cantando aquí un himno de alabanza a la Pachamama. (5) Pero el acto más atrevido contra la Fe fue su homilía del 19 de diciembre de 2021, en la que declaró que Jesús no murió en un Sacrificio del Holocausto ni como Sacerdote, sino como laico asesinado y miembro del “Pueblo.” Estas declaraciones corresponden exactamente a la inversión marxista de la escatología cristiana. Jesús, el Cristo, según la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) murió por nuestros pecados, tomando sobre Sí la expiación, ofreciéndose como Sumo Sacerdote y Víctima en perfecto Holocausto. Así, Él nos redimió para el Reino que no es de este mundo. Según el marxismo, la “salvación” es para este mundo y el reino que se establecerá después de la revolución es de este mundo. Una reinterpretación del Evangelio en código marxista mantendría que morir como holocausto para la expiación de los pecados sería pura ideología. Por lo tanto, Jesús debe ser considerado no como un Sacerdote (cuya función principal es ofrecer el Sacrificio de la Nueva Ley), sino como un laico que se opone a los sacerdotes de su tiempo, como afirmó Monseñor Castillo en la citada homilía. (6) Un corolario “pastoral” de esta inversión teológica es un plan que anunció el arzobispo Castillo: quitará a los sacerdotes de sus parroquias y colocará a familias laicas como líderes de dichas parroquias. Si Cristo no es sacerdote, ¿por qué el Pueblo necesita de los llamados “sacerdotes” cuyo trabajo imaginario es celebrar el supuesto sacrificio de la Misa, una supuesta actualización del Sacrificio de la Cruz que, según Mons. Castillo, no es ¿un sacrificio?
A la luz de los párrafos anteriores, no es de extrañar que los fieles católicos peruanos se sorprendieran con el nombramiento de Carlos Castillo Mattasoglio como arzobispo de Lima. Si la historia, las acciones y el pensamiento del obispo Carlos Castillo Mattasoglio están más en línea con el marxismo que con el cristianismo, como nos parece, las preguntas que quedan son, (1) ¿Qué podrían hacer los cristianos del Perú para ser fieles a Dios, en lugar de a los hombres? (2) ¿Están los fieles en otras partes del mundo sujetos a este mismo tipo de violencia espiritual, estando sujetos en la Iglesia a una autoridad que utiliza a la Iglesia como medio para fines distintos a los suyos? (3) ¿Hay otros grupos culturales y espirituales igualmente infiltrados?
Reimpreso con permiso de The New American.